Las tasas de crecimiento se disparan silenciosamente. Según los datos y cifras ofrecidos por la Organización Mundial de la Salud: “desde 1975 la obesidad se ha casi triplicado en todo el mundo y, en 2016 más de 650 millones de adultos (alrededor del 13%) de 18 o más años eran obesos, a la vez que había más de 340 millones de niños y adolescentes con sobrepeso u obesidad” (OMS, 2020).
Estamos ante una auténtica pandemia mundial que poco a poco afecta a una mayor cantidad de personas sin apenas percatarnos. La mala alimentación es el pan de cada día de millones de personas en el mundo. Esta mala alimentación tarde o temprano puede derivar en la enfermedad de la obesidad; una enfermedad que causa “indirectamente” millones de muertes al año y que es capaz de reducir la esperanza de vida de las personas que la padecen entre cinco y veinte años (Jasong Fung, 2016, p.16-17).
Estar gordo no es lo mismo que estar obeso. La obesidad es una enfermedad caracterizada por un mayor contenido de grasa corporal que llega a tener consecuencias perjudiciales para la salud. Así, animales como una ballena o una foca se pueden caracterizar como “gordos” pero no como obesos, puesto que su salud no está en peligro por ello. De hecho, están programados genéticamente para engordar. No como nosotros.
En los adultos es el Índice de Masa Corporal (IMC), calculado a partir del peso y la estatura de la persona, el que nos permite clasificar los distintos grados de obesidad, ya que este presenta una buena correlación con la grasa corporal y el riesgo para la salud a nivel poblacional (Abdelaal, Le Roux y Docherty, 2017, p.161). Aunque es cierto que no todo IMC elevado dará lugar a problemas de salud al no poder separar los efectos procedentes de la grasa y el músculo. El sobrepeso se define con un IMC igual o mayor a 25 e inferior a 30, mientras que la obesidad equivale tener un IMC igual o superior a 30.
La obesidad es ya un trastorno crónico definido oficialmente como una enfermedad. Aunque no con la misma velocidad, las tendencias ascendentes de la obesidad siguen el mismo patrón en líneas generales en todos los países de mundo. Se ha demostrado que, a pesar de las posibles diferencias existentes, la obesidad no entiende de países, sexo, edad o clases sociales.
Respecto a la distribución de personas obesas por países, según The Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME), la mayor parte de las personas con esta enfermedad en el mundo preceden de China, Estados Unidos y la India, que suman el 15% del total de la población mundial obesa; y más de la mitad de los obesos a nivel mundial se encuentran en 10 países: los tres ya mencionados junto con Rusia, Brasil, México, Egipto, Alemania, Pakistán e Indonesia.
Con el foco en la prevalencia, aunque las tasas de obesidad son superiores en los países desarrollados, también están aumentado peligrosamente en el mundo en desarrollo, que ha seguido una evolución parcialmente diferente. En el mundo desarrollado, los aumentos de la obesidad se iniciaron alrededor de 1980, se aceleraron de 1992 a 2002 y han ralentizado su crecimiento desde 2006. En cambio, en los países en vías de desarrollo, donde viven actualmente casi dos tercios de los obesos del mundo, la aceleración de casos fue más tardía y es probable que continúe en esa línea (The Institute for Health Metrics and Evaluation, 2014).
Gráfico interactivo de elaboración propia. Fuente: OMS, 2017
La globalización, entre sus efectos negativos, ha traído consigo la unificación de los patrones alimentarios a nivel global que llevan a los países a, poco a poco, igualar sus prevalencias de obesidad y de manera inevitable, sufrir las mismas consecuencias. Un claro ejemplo de ello es el del país Nauru, una isla situada en el Océano Pacífico Central.
Actualmente, Nauru se encuentra a la cabeza de la obesidad en el mundo con una tasa alrededor del 61%, es decir, de los poco más de 12.000 habitantes que posee, alrededor de 7.500 de ellos padecen obesidad y entre los restantes la mayoría tienen sobrepeso. En este país tradicionalmente sus habitantes vivían de la agricultura y la pesca, lo que les proporcionaba un buen estado de salud. Pero, a finales del siglo XIX, los occidentales llegaron a la isla y la globalización se apoderó de ellos. Se llevó a cabo una explotación minera y una transformación del territorio en un paraíso fiscal que lo convirtieron en uno de los países con mayor renta per cápita del mundo; y desde entonces no cesó la compra de productos manufacturados y sobre todo de alimentos ultraprocesados al extranjero. Así, el proceso de globalización e internacionalización llevó a este país a presentar las tasas de obesidad y de diabetes en adultos más altas del mundo.
Respecto al género, las mujeres tienen una tasa de obesidad ligeramente superior a la de los hombres a nivel mundial; con un 15% de prevalencia entre las mujeres frente a un 13% de prevalencia en los hombres en 2016 (OMS, 2020). Sin embargo la realidad es que las diferencias por género son muy variadas dependiendo del país en el que sean analizadas. Por ejemplo, en España es superior el número de obesos hombres. Genéticamente, aunque se suele decir que las mujeres están mas predispuestas a sufrir obesidad, no hay ningún estudio realmente sólido y fiable que así lo demuestre. De lo que sí puede depender más esta cuestión es de los patrones sociales y culturales de cada sociedad, donde por ejemplo los hombres pueden ser más propensos en líneas generales al consumo de ultraprocesados en España por sus hábitos y costumbres en entornos sociales.
La gravedad de la pandemia no solo tiene un coste actual en millones y millones de vidas, sino que también supone un enorme varapalo en la economía mundial. Según los datos ofrecidos por la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad (EASO), “los costes directos relacionados con la obesidad ya suponen el 7% del gasto sanitario en España. Y, a este ritmo de crecimiento, en el año 2030 se estima un aumento del gasto anual de 3.081 millones de euros, más del 3% del presupuesto anual en salud.”
Pero España no es un caso aislado, de hecho, no es uno de los países con más prevalencia de obesidad (alrededor del 25%). Se estima que la obesidad es junto al tabaquismo y a los problemas de violencia armada las tres cargas con más peso sobre la economía generada por los seres humanos. El impacto económico de la obesidad se sitúa en la actualidad alrededor del 2,8% del PIB mundial (McKinsey Global Institute, 2020).
El problema cobra una mayor magnitud si miramos hacia el futuro. Se estima que cada año que transcurre los costes de la obesidad en América aumentan en 190.000 millones de dólares. Y además de estos costes directos en atención médica, también existen una gran cantidad de costos indirectos, como una menor productividad en el trabajador que, en muchas ocasiones, es traducida en un menor salario de este. Por lo que los costes económicos en total resultan casi tan impactantes como los humanos.
Lo que no deja lugar a dudas es que la obesidad es una enfermedad actual, que hace unas décadas apenas era padecida por una minoría casi insignificante de la población y que poco a poco ha ido ganando fuerza alrededor del mundo. Son numerosos los estudios que muestran cómo el patrón de alimentación ha cambiado de manera tan radical en tan poco tiempo y a su vez ha coincidido con la proliferación y multiplicación de numerosas enfermedades. Podríamos decir que es casualidad, pero todo apunta a que más bien se trata de un efecto de causalidad.
Gráfico de elaboración propia. Fuente: Statista, 2020