En muchas ocasiones, las investigaciones de carácter científico sobre la alimentación están financiadas o directamente realizadas por grandes corporaciones del sector. Es muy común que poderosas marcas de comida se ofrezcan a costear los estudios sobre el mismo sector buscando a cambio una respuesta por parte de los investigadores favorable a su reputación.

En el mundo de la alimentación existen investigaciones de naturaleza muy diferente, y en todas ellas hay cabida para la corrupción. Una corrupción que, al igual que la pandemia de la obesidad, está oculta y camuflada para que todo aparente ser tan real como la vida misma.

La revista científica Journal of the American Medical Association sacó a la luz documentos internos de la industria azucarera que demostraban que esta se encontraba detrás de las recomendaciones reinantes para prevenir enfermedades cardiovasculares. El grupo Sugar Research Foundation abonó a Harvard alrededor de 50.000 dólares con el fin de mostrar resultados acordes a sus intereses, tachando así de únicas culpables de los problemas de corazón y vasos sanguíneos a las grasas saturadas (Kearns, Schmidt y Glantz, 2016). Este estudio fue tan difundido a nivel mundial, que las empresas de alimentación comenzaron a lanzar al mercado productos con un elevado contenido en azúcar, pero bajos en grasas saturadas.

Son incontables las ocasiones en las que se han dado este tipo de actos poco éticos en la industria alimentaria. La Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación (SEDCA) colaboró con una marca de bollería industrial permitiendo que en sus envases apareciese el logo de la Sociedad junto a una frase que decía: “Te enseñamos a desayunar y merendar de una forma equilibrada”. Otro caso llamativo de colaboración con marcas de alimentos ultraprocesados fue la de La Asociación Española de Pediatría (AEP) al prestar su logotipo durante 5 años, a diversos productos, como a las galletas infantiles de Dinosaurios o TostaRica a cambio de recibir más de dos millones de euros por parte, en su mayoría, de los fabricantes de dulces y bollería (Millares, 2018). Puede parecer una cantidad desorbitada, pero la aparición de estos logotipos en productos que de por sí no se establecen como la mejor opción para la salud, ayudan a crear una imagen más saludable del mismo por parte del consumidor y, en consecuencia, contribuyen también a una potencial compra traducida en un potencial aumento de beneficios por parte del fabricante.

En el campo de los refrescos, los peces gordos, Coca Cola y Pepsi se han visto también envueltos en este tipo hechos. Entidades de la altura de la Fundación Española del Corazón, La Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, la Fundación para la Diabetes o la Fundación Española de Nutrición cobraron grandes sumas de dinero de esta industria que presenta una conexión directa con enfermedades cardiovasculares y la Diabetes Tipo 2. Coca Cola consiguió que la Asociación Americana de Médicos de Familia se asociase con ellos (Fed Up, 2004). Y populares doctores como el Dr. David B. Allison, investigador de la obesidad, entre otros, expuso que no existían hasta el momento pruebas sólidas suficientes para decir que los refrescos contribuían a la obesidad, mientras, casualmente, recibía dinero de Pepsi, Coca Cola y la Asociación Americana de Bebidas.

 

Nutri Score

Una medida reciente en España que ha suscitado una gran controversia es el denominado “Nutri Score”, una herramienta de etiquetado de alimentos a modo de semáforo para saber si un alimento es, en teoría, más o menos saludable. Esta etiqueta contiene cinco colores que evolucionan progresivamente desde el verde hasta el rojo, y que se corresponden cada uno de ellos a una letra desde la A hasta la E. La A marca que un alimento es muy saludable, mientras que la E marca que un alimento es muy poco saludable. Este precepto fue adoptado desde el Ministerio de Sanidad, defendiendo que en otros países como en Francia ha dado resultados positivos y que además está avalada por sociedades científicas, asociaciones de consumidores y la Organización Mundial de la Salud.

En definitiva, se trata una herramienta para ayudar a la población poco informada a tomar una mejor decisión a la hora de realizar su compra. O al menos así sería en caso de realizar unas valoraciones fidedignas. Su criterio principal para establecer un producto como saludable o no es su cantidad de calorías, azúcares, ácidos grasos saturados y sodio indistintamente. Y aunque en ocasiones sí que es verdad que categorizan alimentos poco saludables como tales o saludables, como frutas y verduras, con una A, en otras ocasiones meten la pata y confunden al consumidor.

El experto nutricionista Jorge González nos explica cómo podemos ver, mediante la aplicación “Open food facts”, que el aceite de oliva virgen extra (AOVE) es categorizado con una D roja, mientras que otros productos como los cereales Nesquik Alphabet de Nestlé o los cereales Weetos, entre otros, obtienen una A, la máxima puntuación; teniendo 15 y 19 gramos de azúcar por cada 100 gramos respectivamente. Así mismo los frutos secos están calificados en su mayoría con una B o C, por su alto contenido en grasas aún siendo estas saludables (Omega-3); equiparándose al brik de horchata de chufa con una B también y con 21,4 gramos de azúcar por cada vaso -25 gramos de azúcar máximo al día recomienda la OMS-. Y es que, aunque haya personalidades como el representante del Consejo General de Colegios Oficiales de Dietistas-Nutricionistas en la Federación Europea de Asociaciones de Dietistas que hayan defendido esta medida exponiendo que el Nutri Score debe usarse para comparar elementos dentro de una misma categoría (por ejemplo, los cereales mencionados con otros con más azúcares), esto puede confundir a los consumidores que acaban optando por unos cereales ultraprocesados para el desayuno de sus hijos en vez de una tostada de aceite de oliva virgen extra; siendo la segunda opción mucho más saludable. Respecto a ello, Jorge añade que bajo su punto de vista se trata tan solo de una “manera de excusarse”, puesto que hay yogures que categorizándose como azucarados, con 13,4 gramos de azúcar por unidad, tiene una calificación B en Nutriscore, mientras que otros naturales tienen también B o incluso C.

De hecho, numerosas marcas, han comenzado ya a promocionar sus productos resaltando su buena calificación en Nutriscore, haciéndonos creer así que se tratan de productos saludables cuando al igual que la pandemia de la obesidad, también se hayan encubiertos.

Por ello, en contra de esta medida se han pronunciado una gran cantidad de médicos, nutricionistas y organizaciones como la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios), creándose incluso una petición promovida por Carlos Ríos, fundador del Realfooding, que tiene como objetivo la cancelación del Nutri Score.

Incluso la búsqueda de un tratamiento contra la obesidad se ha visto en ocasiones financiada o en manos o de grandes empresas, en vez de en profesionales de la salud libres de cualquier tipo de “compensación” por su contribución. Uno de estos casos es el de Weight Watchers, que más que una solución al problema de raíz busca encontrar un remedio “milagro” en sus productos y servicios con el que reducir nuestro peso y que esté, cómo no, avalado científicamente.

El doctor Jason Fung expone como durante décadas el sector de la salud dedicado a la nutrición y la alimentación se ha obsesionado con descubrir y prescribir el fármaco más novedoso y milagroso que hubiese a la venta. Ante cualquier paciente con enfermedades como diabetes tipo 2, presión arterial elevada, colesterol alto o enfermedades renales la respuesta era siempre la misma: «le recetaré unas pastillas». De nuevo, se buscaba tratar las dificultades causadas por la obesidad en vez de la obesidad en sí (Dr. Jason Fung, 2016, El código de la obesidad, p. 16-17). Y así, vemos como día a día aparecen nuevas soluciones a la obesidad, pero aún así las tasas de tal enfermedad continúan creciendo sin descanso.

Y es que, la mayoría de las asociaciones e investigadores que aceptan trabajar financiados por la industria de los ultraprocesados siguen un mismo patrón en sus resultados y estudios: focalizar la culpa de la obesidad o sobrepeso en los consumidores por su falta de voluntad, fortaleza mental y sobre todo ejercicio, y recomendar a su vez una dieta “equilibrada” en la que haya cabida para todo tipo de alimentos, incluidos los altamente procesados. Es triste que una vez más el dinero reine por encima de todo, incluso por encima de nuestra salud, pero es la realidad; a sabiendas de ello no queda más remedio que actuar, comprobar y verificar cada estudio o investigación poniendo especial atención a los “expertos” que los avalan y al origen de la financiación de los mismos.

“Resulta muy complicado garantizar la independencia de las recomendaciones de salud y de nuestra normativa cuando se está recibiendo numerosos fondos de esta industria”

Aitor Sánchez García; Dietista-nutricionista, tecnólogo alimentario y escritor de “Mi dieta cojea”